El Ocaso de los Dioses (Götterdämmerung) es una ópera perteneciente a la tetralogía de El Anillo del Nibelungo y compuesta, tanto libreto como música, por Richard Wagner. Es una ópera formada por un prólogo y cuatro actos. Es la ópera que cierra el ciclo de El Anillo.
Fue estrenada en el marco del primer Festival de Bayreuth el 17 de agosto de 1876, como parte de la primera producción completa del ciclo y forma parte del Canon de Bayreuth. En España se interpretó por primera vez el 16 de Noviembre de 1901, en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Argumento
Última obra de la tetralogía del Anillo, El ocaso de los dioses narra la historia de cómo el anillo maldito hecho con oro robado al Rin por el enano Alberich, perteneciente a la raza de los nibelungos, causa la muerte de Sigfrido, pero también la destrucción del Valhalla, la morada de los dioses, donde moraba Wotan.
El título, en el contexto de la mitología germánica se refería a la profetizada guerra entre los dioses que conduciría al fin del mundo. Sin embargo la narración del apocalipsis que hace Wagner, defiere significativamente de las antiguas fuentes nórdicas.
Prologo
Las tres Normas, hijas de Erda, se congregan junto a la roca de Brunilda, tejiendo la cuerda de oro del destino. La primera la ata a las ramas de un pino, la segunda a una roca y la tercera la lanza tras de sí. Cantan sobre el pasado y el presente, así como también del futuro. En un descuido la cuerda se rompe. Lamentándose por la pérdida de su sabiduría (la cuerda de oro), las Normas huyen.
Al amanecer, Sigfrido y Brunilda, salen de la cueva. Brunilda, después de haberle enseñado al héroe las runas sagradas y entregado todo su saber, envía a Sigfrido en busca de nuevas aventuras, pidiéndole que siempre tenga presente su amor. Como prenda de éste, Sigfrido le entrega el anillo que maldijo Alberich y que él consiguió al matar a Fafner convertido en dragón. Brunilda, a su vez le entrega a su caballo Grane. Sigfrido se aleja, vestido con la armadura de la valquiria. Se empieza a escuchar, cada vez más lejano, el sonido del cuerno del héroe.
El acto comienza en la sala del palacio de los guibichungos, a orillas del Rin. Gunther, señor de los guibichungos, y su hermana Gutrune charlan con Hagen, su medio hermano materno e hijo, a su vez, de Alberich. Él, continuador del negro pensamiento de su padre de reconquistar el anillo. Conocedor de las andanzas d Sigfredo y Brunilda, pero silenciándolas, aconseja a sus hermanos asegurar el futura de la dinastía mediante dos matrimonios.
Para Gunther, propone a Brunilda, que duerme sobre una roca inaccesible, que Gunther no podrá franquear. Sólo Sigfredo puede lograrlo. Hunter propone para Gutrune al propio Sigfrido. Sigfredo cederá a las dos petición si antes se ha rendido a los encantos de la mujer, para ello, prepararán un filtro mágico que le hará olvidar pasados juramentos y le convertirá en esclavo de quien se lo ofrezca.
El sonido de un cuerno anuncia la llegada de Sigfrido. Gunther y Hagen desciende a orillas del Rin para recibirlo. Al desembarcar y preguntar a los dos hombres cuál de ellos es Gunther y le ofrece que escoja entre la lucha o la amistad. Éste se presenta y le ofrece alianza y fidelidad.
Hagen pregunta al héroe sobre el tesoro de los nibelungos, y él le confiesa que lo dejó abandonado en la cueva del dragón y que sólo tomó de él el yelmo mágico. El hijo de Alberich le desvela el poder del objeto. También recuerda que cogió un anillo, pero que se lo dio, en prenda de amor y fidelidad a una noble mujer.
En ese momento, llega Gutrune con un cuerno en la mano y se la presenta en señal de bienvenidad. En él se encuentra el filtro de amor. Ignorando la conspiración, Sigfrido brinda por Brunilda y por su amor. Pero, cuando ya la ha bebido, cae bajo el hechizo del filtro: su pasión se enciende al mirar a la joven y, en el mismo momento, se la pide en matrimonio a su hermano.
Da la sensación de que Gutrune se siente indignada y abandona la sala. Sigfrido ofrece a Gunther conquistar para él a la mujer que ama, Brunilda, a condición de que, en recompensa, le dé a Gutrune. Cubriéndose con el yelmo mágico, adoptará el aspecto del guibichungo y le traerá a la novia prometida.
Mientras tanto, Brunilda, silenciosa y pensativa, a la entrada de su gruta, contempla el anillo que Sigfrido le regaló. Entonces escucha, a lo lejos, un galope aéreo que conoce bien: su hermana Waltraute ha llegado hasta el lugar de su destierro y piensa que le puede traer el perdón de Wotan.
Waltraute llega angustiada y pese a la prohibición de su padre, llega para rogarle que salve el Valhalla de la desgracia que le amenaza. Desde que la castigara, Wotan, inquieto y descorazonado, no dejó de recorrer el mundo como un caminante solitario. Hasta que un día, ordenó a sus héroes abatir el fresno del mundo y construir una hoguera en torno a la sala de los dioses, después de esto, envió a sus cuervos a espiar todo el mundo y a traerle noticias, quedando en el Valhalla esperando el final.
Sólo una vez apareció el recuerdo de Brunilda y recordó que si ella devolviera el anillo a las hijas del Rin, los dioses y el mundo se salvarían. Fue entonces cuando Waltraute decidió dejar furtivamente la casa de los dioses y suplicar a su hermana que devuelva el anillo. Pero para Brunilda el anillo es más sagrado que la raza de los dioses, ya que, es la prenda de amor de Sigfrido, y jamás consentirá en devolverlo. Waltraute huye desesperada.
Al anochecer, se escucha, a lo lejos, el cuerno de Sigfrido y la valquiria, feliz, se lanza hacia él. Aunque cuando lo ve retrocede horrorizada al no reconocer al guerrero que tiene frente a ella. Sin embargo, es Sigfrido que se presenta ante ella con el aspecto de Gunther.
En vano la mujer intenta luchar. En vano invoca el poder del anillo. Sus fuerzas la traicionan y el héroe le arranca la joya que pone en su propio dedo. La declara novia de Gunther y la obliga a entrar en su gruta.
Acto II
Amanece en el Rin; por él llega Sigfrido, anunciando a Gutrune la noticia de que acaba de ganar a Brunilda para su hermano, y le cuenta a la joven cómo lo ha conseguido.
Se debe preparar rápidamente la recepción para dar la bienvenida a la nueva pareja. Hagen llama a los vasallos de su hermano, que acuden armados creyendo que su señor está en peligro; pero éste les calma. Se trata de dar la bienvenida a la esposa que Gunther ha conquistado con la ayuda de Sigfrido y de ofrecer sacrificios a los dioses para que les sean propicios. Los vasallos de Gunther, habitualmente sombríos y hoscos, se regocijan y juran proteger a su nueva soberana.
En una barca, llega Gunther junto a una triste Brunilda que, con el semblante muy pálido y los ojos bajos, se deja conducir. Al ver a Sigfrido, la valquiria, horrorizada, se detiene y le mira fijamente, pero él no se inmuta y la recoge tranquilamente de su desmayo. Entonces, la mujer ve el anillo en el dedo del héroe y le pregunta, violentamente, cómo ha llegado la joya hasta allí, ya que Gunther fue quien se la arrebató. Ni el guibichungo, ni Sigfrido saben contestar a la pregunta de Brunilda.
Hagen aprovecha el momento para acusar a este último de traición y empujar a la valquiria a la venganza. Ésta acusa al welsungo de perjurio y de infamia, acusa a los dioses de todos sus males y rechaza a Gunther.
Siegfried jura solemnemente que no ha atentado contra el honor, y que el arma sobre la que está jurando sea precisamente la que acabe con su vida, si miente. Es la lanza de Hagen.
Brunilda, indignada y terrible, clama venganza contra el traidor y el perjuro. Mientras Sigfrido se aleja sólo preocupado por los encantos de Gutrune, la valquiria, rota de dolor se pregunta de qué terrible sortilegio es víctima. Hagen se acerca a ella y se ofrece a vengarla. El hijo del nibelungo se reconoce inferior a Sigfrido en la lucha, pero sabe sonsacar a Brunilda un secreto bien guardado: estando segura de que el héroe nunca daría la espalda a un enemigo la dejó desprotegida; únicamente ése es su punto débil.
El hijo del enano, le cuenta a Gunther su propósito; pero el guibichungo no quiere traicionar a aquél que es su hermano de sangre. El hijo de Alberich intenta disipar sus escrúpulos recordándoles que la muerte de Sigfrido le convertiría en el dueño del anillo. La caza, que deberá desarrollarse al día siguiente, será el pretexto perfecto; dirán que un jabalí le atacó.
Mientras se trama la conjura, Sigfrido y Gutrune, acompañados por su cortejo nupcial, aparecen con la cabeza ornada por flores. Invitan a todos a imitarles. Hagen permanece apartado, invoca a su padre Alberich y se jura ser muy pronto el dueño del anillo.
Acto III
Las ondinas se ríen de él llamándole tacaño y desaparecen entre las aguas. Siegfried casi está decidido a darles el anillo pero las tres hermanas le dicen que se quede con él hasta que comprenda la maldición de la que es portador, ya que entonces, se lo dará gustoso. También le previenen de que morirá, como murió Fafner, si no les devuelve la joya. Pero el héroe no se deja impresionar con esas amenazas.
Ante la decisión del héroe, las tres hermanas renuncian a convencer al insensato que no ha sabido conservar ni apreciar el mayor bien que le había sido concedido: el amor de la valquiria y, sin embargo, se empeña en conservar el talismán que le traerá pronto la muerte.
Se escuchan fanfarrias de caza a las que Sigfrido responde con su cuerno. Gunther y Hagen descienden de la colina con sus hombres. Sigfrido, confesando que no ha logrado ninguna pieza, cuenta, sin emoción, su entrevista con las Hijas del Rin, que le han predicho su muerte, por lo que Gunther se impresiona y mira de reojo a Hagen, que insta al héroe a hablarle del tiempo en el que se dice que sabía conversar con los pájaros.
Antes de morir, Siegfried puede pronunciar un último adiós a la mujer amada y con cuyo recuerdo conforta sus últimos sufrimientos.
Ya es de noche. Los vasallos alzan el cadáver de Siegfried formando un cortejo que lo lleva al palacio.
La risa de Brunilda ha despertado a Gutrune que sale del palacio esperando, muy inquieta y llena de sombríos presentimientos, la vuelta de su esposo. Cuando está a punto de volver a entrar, la voz de Hagen la paraliza: los cazadores han regresado y, sin embargo, no se ha oído el cuerno de Sigfrido. Interroga al hijo del nibelungo que le dice brutalmente que el héroe nunca más hará sonar su fanfarria puesto que ha muerto en una lucha con un jabalí furioso.
En ese momento llega el fúnebre cortejo. Gutrune se desmaya de dolor y Gunther intenta aliviarla, pero ella le rechaza y le acusa del crimen de su esposo. Gunther, al disculparse, desvela la culpabilidad de Hagen. Éste proclama con orgullo su acto y exige, como botín, el anillo, pero Gunther le prohibe tocar la herencia de su hermana. Hagen le amenaza, ambos se baten y el hijo de Alberich mata a su hermanastro. Entonces se lanza sobre el cuerpo de Siegfried para arrancarle el anillo, pero la mano del cadáver se levanta amenazadora, apretando la joya en su puño.
Entonces aparece Brunilda. Ella, la mujer abandonada y traicionada por todos, viene a vengar al héroe cuya muerte no será nunca lo suficientemente llorada.
La valquiria le desvela que es ella la legítima esposa de Sigfrido y a la única a la que el héroe verdaderamente amó, jurándole eterna fidelidad. Entonces Gutrune, en el colmo de la desesperación, comprende las maquinaciones de Hagen, el auténtico fin del filtro del olvido y cae sobre el cadáver de su hermano.
Brunilda ordena a los vasallos que levanten una pira en la ribera del Rin para el cuerpo del héroe.
Ordena a los vasallos llevar a la pira el cuerpo de Sigfrido, pero antes le quita el anillo del dedo y lo pone en el suyo. Se lo deja en herencia a las hijas del Rin: que ellas vengan a rescatarlo de entre las cenizas, después de que el fuego lo haya purificado.
Ya con un antorcha en la mano, vuelve a mandar a los cuervos de Wotan a que le digan lo que está ocurriendo; después, que vuelen hasta la roca donde permaneció dormida y ordenen a Loge que vaya al Valhala y abrase la morada de los dioses, ya que su fin ha llegado. Lanza su antorcha sobre la pira, los cuervos se echan a volar y desaparecen. Dos hombres traen a Grane y, después de quitarle las bridas, salta con él al fuego que consume a Sigfrido.
Cuando todo ha sido invadido por el fuego, las aguas del Rin empiezan a crecer, hasta invadir el lugar del incendio. Entre las olas y hasta los restos de la pira, llegan las Hijas del Rin. Hagen se precipita como un loco a las aguas en busca del anillo, pero las ondinas le sujetan y le arrastran al fondo del río. Poco después, una de ellas sostiene, triunfal, la joya.
Desde las ruinas de la sala de los Guibichungos, los hombres contemplan un rojizo resplandor que sube hasta el cielo. En el momento en el que brilla con mayor claridad, se ve la sala del Valhala en la que dioses y héroes están sentados.
Cuando la sala desaparece entre las llamas, se escucha el motivo de la Redención por el Amor, que sonó por primera vez en el momento en el que la valquiria anunciara a Siglida que esperaba un hijo de Sigmundo.
La Venganza de la Naturaleza.
Uniendo elementos de de diversos mitos y leyendas del folclore de los pueblos nórdicos creó Wagner la historia relatada en el Anillo. Juntando los Edda de la antigua mitología escandinava, las sagas germánicas, la Saga Volsunga y la Saga de Thidreks, con tramas de conocidos cuentos como El gato con botas, Juan sin miedo o La bella durmiente, construyó una trama coherente en que se refleja la relación entre dioses, héroes y otros varios personajes mitológicos, los cuales luchan durante tres generaciones alrededor de la posesión de un anillo, forjado por el nibelungo con el oro del Rin, el cual otorga el poder absoluto sobre el mundo entero a cambio de la renuncia al amor.
El ciclo comienza presentando un estado natural de las cosas: el tema de la Naturaleza que va tornándose en el tema del Rin, símil de la vida, que fluye eternamente y es también eterno escenario donde se desarrollan los hechos. Este «estado natural», que es el sueño de Erda (La Tierra), abarca un mundo organizado en tres niveles. En lo profundo moran los nibelungos, los enanos deformes carentes de sentimientos, cuya ocupación es realizar trabajos artesanos. En la superficie, el inmenso bosque eterno que rodea el Rin y que junto a este son principio y final de todas las cosas. Es en esta «tierra media» donde conviven los diferentes seres de la narración: héroes, tribus de estirpes arcaicas (welsungos, gibichungos, etc.) con nornas y gigantes. Finalmente, en el estrato superior, en la inalcanzable cima de las montañas, viven los dioses, los señores del mundo. Un panteón de representantes de las diferentes virtudes y potestades, liderados por Wotan, el cual posee el valor, la voluntad y la autoridad.
La armonía del estado natural se basa en el poder del pacto, grabado con caracteres rúnicos en la lanza de Wotan, lanza lograda mediante un acto de fuerza y una renuncia con la Naturaleza. Para fabricar la lanza, Wotan arrebató una rama al «fresno del mundo», donde las nornas tejen los hilos del destino, y hubo de renunciar al ojo izquierdo (que perdió al arrancar la rama), perdiendo a la vez la perfección física que caracteriza a los dioses.
Alberich, el rey de los nibelungos, siempre descontento con la naturaleza de su ser y envidioso de los placeres y la belleza que no puede sentir, asciende desde su mundo de la oscuridad hasta las profundidades del Rin. Allí encuentra el oro y, aunque es advertido por las hijas del Rin, lo roba para fabricar el anillo que le permitirá imponer el estado de terror que le convertirá en dueño de todo cuanto quisiera. Con este acto, el robo del oro, da inicio de la historia referida en El anillo del nibelungo, los diferentes relatos confluyen al final del ciclo en el caos, en el estado de completo desorden al que pone fin Brünnhilde, la valquiria convertida ya en mujer mortal y vuelta del estado hipnótico en el que estaba sumida. Mediante una nueva renuncia – al poder, a la propiedad – reúne la fortaleza necesaria, la sagrada fuerza que le permite romper los lazos que atan al mundo y desencadenar los elementos de su exterminación. Así acaba el ciclo, con la llamada «escena de la inmolación», en la pira donde son destruidos los dioses y su impresionante palacio, el Valhala, y donde también la heroína se auto inmola tras devolver el anillo al Rin. Mediante esta catástrofe se consuma la venganza de Erda (La Tierra, La Naturaleza) sobre el envilecido orden que los dioses trajeron al mundo.
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